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En tres años vas a estar muerto. Pero ahora estás con tu guitarra colgada, con la voz extrañamente más firme que la mano que sostiene el mástil. Decís que te sentis lindo pero que antes te sentías feo y no sabías que hacer. Alguien escribió en la pared que ya es tuya, esa cruzada por ondulantes rojos y azules, que no hacías canciones, sino medicina. El médico que curaba sin querer y que no supo, no pudo, curarse a sí mismo. Paradoja es también tu pelo camaleónico. Tu pelo negro desmentido solamente por las incipientes raíces castañas. El castaño que se acerca más a ese rubio lacio y brillante, con corte taza, que tenías de chico. Como a la Pizarnik, te eclipsó el mote de oscuro, de excesivamente melancólico, como si la muerte te estuviera siguiendo de cerca,  como si la muerte que te va a pasar en tres años se te notara en los ojos celestes. Tus risas y chistes aparecen como detalle perdido, omisión obligada para mantener el atractivo de la biografía de un maldito, siempre maldito. Un santo atormentado. Los buenos tiempos aburren, las canciones que no sangran no alimentan tu mito.

Voz sobre voz, acordes limpios y mucho ruido al final. Vos y tus guitarras, una banqueta, nada de luces o efectos especiales. Mirás para abajo, mirás más allá, mirás la nada. Quizás te quedaban los zapatos de Nick Drake.  Distinto a ese que apareció trajeado, de blanco como una burla al mito, en un escenario enorme y alumbrado como nunca, con telones de terciopelo azul y gente que se mueve en limusinas mirando la silueta, tu silueta.  Desencajado cantás la canción, tan chiquita y hermosa al lado de la de Titanic. La tuya no habla de que el corazón sigue y de un sueño de amor recurrente. Empieza con una botella de Johnny Walker Red y es sobre alguien que se cae a pedazos y que no puede seguir. Celine tenía el collar de la película y estaba vestida de negro, con un vestido apretado y largo. Antes de salir te preguntó si estabas nervioso y le dijiste que sí y te dijo que eso era bueno porque la adrenalina haría que la canción saliera mejor. Te dio un abrazo afectuoso y nunca más pudo caerte mal, a pesar de de que su música te parecía horrible.

Equis, O. Te despediste de tu mamá a través de una canción hace algún tiempo. Te despediste tantas veces de todos así. Elegiste tu nombre, con dos dobles consonantes, en unos de tus pequeños actos de libertad. Te liberaste de la caja de tu existencia. Eras un gran pájaro brillante que sufría arte, que adolecía a través de sonidos y silencios, de música, esa que dejaste, eterna, cuando volaste.

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